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sábado, 24 de noviembre de 2018

Luis Alberto de Cuenca, Nocturno

Apagaste las luces y encendiste la noche.
Cerraste las ventanas y abriste tu vestido.
Olía a flor mojada. Desde un país sin límites
me miraban tus ojos en la sombra infinita.

¿Y a qué olían tus ojos? ¿Qué perfume de oro
y de agua limpia y pura brotaba de tus párpados?
¿Que invisible temblor de cristales de fuego
agitaba la seda lunar de tus pupilas?

Recamaste la almohada con hilos de azabache.
Tejiste sobre el sueño un velo de blancura.
Eras la rosa pálida tiñéndose de rojo,
la rosa del veneno que devuelve la vida.

La blusa, el abanico, una pluma violeta,
el broche con la perla y el diamante en el pecho.
Todo abierto y en paz, transparente y oscuro,
sin dolor, navegando rumbo a tus manos frías.

De La caja de plata



Karmelo C. Iribarren, Intuición del frío

No es el de la niñez,
aquellas mañanas de diciembre,
a lo largo del río,
hacia el colegio.

Ni se trata tampoco de aquel otro
que te sorprendería
años después
más de una madrugada
dando tumbos.

No, este es distinto, este
da miedo:
viene
del futuro.


viernes, 23 de noviembre de 2018

Por qué te vas - Iluminados


Ese Polo sigue descubriendo secretos


Eduardo Galeano. La mala racha


Mientras dura la mala racha, pierdo todo. Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria: pierdo llaves, lapiceras, dinero, documentos, nombres, caras, palabras. Yo no sé si será gualicho de alguien que me quiere mal y me piensa peor, o pura casualidad, pero a veces el bajón demora en irse y yo ando de pérdida en pérdida, pierdo lo que encuentro, no encuentro lo que busco, y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción.

 Eduardo Galeano. El libro de los abrazos

jueves, 22 de noviembre de 2018

Manuel Altoaguirre, Sin libertad

Ya que no puedo ser libre
agrandaré mis prisiones.

Cambiaré los tristes muros
por alegres horizontes.
No pisaré ningún suelo
sino abismos de la noche.
Techos que a mí me cobijen
cielos serán los mejores.

Ya que no puedo ser libre
agrandaré mis prisiones.


Manuel Altolaguirre,
Sin libertad, (1955-1959)


jueves, 15 de noviembre de 2018

Luis Alberto de Cuenca, "Consolatio ad se ipsum"

Cuando te veo triste y melancólico,
próximo ya a la ruina cenicienta,
me permito decirte (en estos versos,
porque a la cara no me atrevería)
que aún respiras (lo que es inevitable
cuando se sigue vivo), que hay películas
todavía que ver, y geologías
caprichosas y océanos en llamas
y tesoros escitas y crepúsculos
que admirar, y novelas que leer,
y connivencias mágicas, y copas
feéricas que apurar. Y aunque no haya
emociones fortísimas, pasiones
consuntivas ni tíos en américa
esperando a las puertas del futuro,
hay que intentar vivir hasta la última
bocanada de aire en los pulmones
sin perder la esperanza, sin hundirse
demasiado, sabiendo que la vida
es un horror, y que termina siempre
fatal, y que el silencio está al acecho,
y que la enfermedad nos va minando,
pero que hay que vivir la decadencia
con buen humor, que nuestro praedicabilis
no es otro que la risa -acuérdate
de los viejos autores escolásticos-,
por más que nuestro proprium sean las lágrimas.

Cuaderno de vacaciones (2014)


Nacho Vegas - La última atrocidad ft. Cristina Martínez

jueves, 8 de noviembre de 2018

Ángel González, Esto no es nada

Si tuviésemos la fuerza suficiente
para apretar como es debido un trozo de madera,
sólo nos quedaría entre las manos
un poco de tierra.
Y si tuviésemos más fuerza todavía
para presionar con toda la dureza
esa tierra, sólo nos quedaría
entre las manos un poco de agua.
Y si fuese posible aún
oprimir el agua,
ya no nos quedaría entre las manos
nada.


Vetusta Morla - Consejo de Sabios - 2017-11-10 Madrid (Biblioteca Nacional)



Antes de hacerlo estallar 
Quiero que aguantes mi mano 
Dime si el pulso es constante 
O es un murmullo lejano 

No arrastro nada esta vez 
Traigo el carrete velado 
Es pronto para la amnesia 
Y tarde para irnos intactos 

¿Qué hay que hacer? 
¿Qué hay que hacer? 
Ahora que todo está hablado 
Lo intenté 
Lo intenté 
Hoy tu recuerdo es un pájaro 
Que bate sus alas detrás de mí 
Y guarda en su pico tus labios 

Tienes la forma precisa 
Guardas la herencia del mármol 
Fuiste la Venus de Milo 
Y yo puse el mundo en tus brazos 


Y rodé 
Y rodé 
Como resbalan los años 
Lo intenté 
Lo intenté 
Hoy tu silueta es un pájaro 
Que bate sus alas detrás de mi 
Me silba y enreda mis pasos

Reunid otra vez al Consejo de Sabios
Ponedme una vela, estoy atrapado

Sácame del corredor
Cuando caiga el santuario
Sácame de este fortín
Llévame en tu vuelo raso

Quiero un punto ciego
Quiero tu arrebato
Llévame contigo
Llévame sin pactos

Y llévame al puente que no explotó
Al muro que crece en mi mano
El mismo que impide tus pasos

Caerán los imperios, caerán los estadios
Pero antes tendrán que caer nuestros santos

Federico García Lorca, Lluvia


Lluvia

La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.

Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentágrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!

Federico García Lorca

domingo, 4 de noviembre de 2018

Keats y Leopardi


Sobre la muerte

I

¿Puede la Muerte estar dormida, si la vida es solo un sueño,
Y las escenas de dicha pasan como un fantasma?
Los efímeros placeres a visiones se asemejan,
Y aun creemos que el dolor más grande es morir.

II

Cuán extraño es que el hombre deba errar sobre la tierra,
Y llevar una vida de tristeza, pero que no abandone
Su escabroso sendero, ni se atreva a contemplar solo
Su destino funesto, que no es sino despertar.

John Keats


Canto XII: El infinito


Amé siempre esta colina,
y el cerco que me impide ver
más allá del horizonte.
Mirando a lo lejos los espacios ilimitados,
los sobrehumanos silencios y su profunda quietud,
me encuentro con mis pensamientos,
y mi corazón no se asusta.
Escucho los silbidos del viento sobre los campos,
y en medio del infinito silencio tanteo mi voz:
me subyuga lo eterno, las estaciones muertas,
la realidad presente y todos sus sonidos.
Así, a través de esta inmensidad se ahoga mi pensamiento:
y naufrago dulcemente en este mar.

Giacomo Leopardi

LIBROS RECOMENDADOS DE Andrés Trapiello



LIBROS RECOMENDADOS DE Andrés Trapiello
10 libros que hay que leer en la vida, por Andrés Trapiello

“Leí Robinsón Crusoe con doce o trece años en la traducción (entonces no me fijaba en esos detalles) de Carlos Pujol, del que llegaría a ser muy amigo con el tiempo. Me parecieron providenciales los pecios que Robinsón rescató del barco y lo que fue capaz de hacer con ellos (“maestro del bricolaje” lo llamó Savater), pero me extrañaba que entre tantas cosas no hubiera libros. Desde entonces he hecho muchas veces esta lista, por si alguna vez tuviera que naufragar, esconderme o huir porque llegaban los malos. Libros que merecieran salvarse en caso de que no sobreviviera nadie al gran desastre o que tuviera yo que transmitir a otros, como en esa escena de Fahrenheit 451 en la que unos cuantos rebeldes van recitando de memoria en voz alta, mientras pasean en un bosque solitario, las obras inmortales de la literatura.

El primero, desde luego, sería Robinson Crusoe: el hacer e inventar cosas útiles pone siempre de muy buen humor, y como soy un hombre previsor, serían libros que sé que ganan en las relecturas, como La Ilíada: no explica adónde vamos, pero cuenta muy bien, como en ningún otro libro, de dónde venimos y las pasiones que mueven al ser humano, incluidos los dioses (más humanos que los propios hombres).

Teniendo en cuenta también que iba a tirarme mucho tiempo solo, sería absurdo llevarse ningún libro de economía o de política, pero no de teatro, para tener con quién hablar, de modo que me vendrían bien las Obras de Shakespeare: nadie como él ha tratado con parecido respeto al mendigo y al rey.

La Cartuja de Parma, de Stendhal, y Guerra y Paz, de Tolstói, El Rey de Kafiristán, de Kipling (para recordar El hombre que pudo reinar y la felicidad de verla con mis hijos pequeños), y Fortunata y Jacinta, de Galdós, son todas ellas novelas de amor y de amistad, lo que seguramente más iba a echar de menos donde quiera que naufragase o estuviese metido.

Y para vacunarse contra la melancolía, peligrosísima en una isla, y a falta de un cine donde ver las películas de Chaplin, cualquiera de Las aventuras de Sherlock Holmes, de sir Arthur Conan Doyle.

Y por supuesto: me llevaría una pequeña Antología de poemas, no muy extensa, desde luego, apenas quince o veinte poemas de cada uno de estos seis amigos: Keats, Leopardi y Dickinson, Jorge Manrique, Machado y JRJ.

Si he dejado para el final

El Quijote

es porque este no es sólo un libro, en realidad es para cualquiera lo que fue Viernes para Robinsón Crusoe”.

https://librotea.elpais.com/inspiradores/andres-trapiello/estanteria

viernes, 2 de noviembre de 2018

En el día de todos los difuntos

En estos días de recuerdo aún más intenso a los que se marcharon, me viene todo el rato a la cabeza el soneto de Quevedo. Por ellos, por todo lo que nos enseñaron y legaron. Porque mucho de ellos vive en nosotros y porque somos mucho de lo que han sido. De corazón. 


Amor constante más allá de la muerte
Cerrar podrá mis ojos la postrera 
sombra que me llevare el blanco día
y podrá desatar esta alma mía 
hora a su afán ansioso lisonjera.

Mas no desotra parte en la ribera 
dejará la memoria en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido, 
venas que humor a tanto fuego han dado, 
medulas que han gloriosamente ardido, 

su cuerpo dejarán, no su cuidado; 
serán ceniza, mas tendrán sentido:
polvo serán, mas polvo enamorado.
[Quevedo, Francisco de: Obra poética, tomo I, ed. de José Manuel Blecua Teijeiro. Madrid, Castalia, 1969-1971, pág. 657.]