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miércoles, 29 de mayo de 2019

Vetusta Morla, 23 de junio (Vídeo oficial)


Vídeo oficial de la canción “23 de Junio” de Vetusta Morla perteneciente al álbum “Mismo Sitio, Distinto Lugar”. El vídeo, dirigido por Paula Ortiz, está protagonizado por Álvaro Morte, Verónika Moral y Vetusta Morla.

Antes del frío, levanta las velas. Guarda en tu falda los granos de arroz y haz ceremonias de luna llena. Antes del frío, lánzamelos. Cuida este vals que tenemos en vena. Cuida del baile y riega el salón. Lleva la barca hasta la albufera y pon el verano en un mostrador. Y que San Juan no nos queme en su hoguera cuando descubra quién la saltó. Deja el equipaje en la ribera para verte como quieres que te vea. Deja el equipaje en la ribera y quémalo. Haz que este baile merezca la pena, yo haré lo propio con esta canción. Y si al final no hay más que comedia, deja que el río nos lleve a los dos. Y que San Juan no nos queme en su hoguera, ni haga de esto un negocio menor. Cruza los dedos por mí y antes de que vuelva a mirar, busca el viento a favor. Y deja el equipaje en la ribera para verte como quieres que te vea. Sabes que todo está bien, no hay error. Deja el equipaje en la ribera para verme como quiero que me veas. Lánzate al agua otra vez, aquí espero yo. Deja el equipaje en la ribera, no te sirve cuando cruzas la frontera. Todo está en regla esta vez, no hay error. Deja el equipaje en la ribera, para verte como quieres que te vea. Deja el equipaje en la ribera y quémalo.

martes, 28 de mayo de 2019

Supersubmarina, Para dormir cuando no estés


En un viaje a un mundo 
por países de los que no sé volver 
lo encontré oculto sin querer 

Me contó secretos sobre cosas 
que no podrías creer 
Me condujo hasta las puertas del saber 

Me contó la forma de abrazarte 
y que no me queme la piel 
Y me explicó el secreto 
para dormir cuando no estés 

Y ahora si no tengo miedo 
creo que es porque lo he entendido bien 
Ya sé lo que tengo que hacer 

Tengo que alejarme de los monstruos 
que no me han dejado ver 
Y tengo que romperme en mil pedazos 
otra vez, otra vez, otra vez... 
para dormir cuando no estés 

Tengo que alejarme de los monstruos 
que no me han dejado ver 
Y tengo que romperme en mil pedazos 
otra vez, otra vez, otra vez... para dormir cuando no estés


viernes, 17 de mayo de 2019

Karmelo C. Iribarren, Diario de K

Entre la gente suele haber personas interesantes.
*
Diario de K


Vetusta Morla, Los buenos

Los Buenos (Guillermo Galván) Las ganas de inventar y una tiza al cielo, marcarán la frontera de mi razón. Y un arsenal de paciencia y celos nos recuerdan: las chicas no pagan dinero. Y a la vez que lo sagrado siempre es pequeño tus fantasmas me pueden resucitar. Mi colección de angelitos negros nos recuerdan: tenemos lo que merecemos. Lo sé porque muchos ya se fueron y hoy sigo sus pasos al caminar. Y aquí tú y yo, solo quedamos los buenos, nadie nos enseña donde parar. No te asuste el desgastarme, soy eterno, y esas manos tan puras como el coral. ya llegará lo del cementerio y solo entonces lo mismo será que no serlo Lo sé porque muchos ya se fueron y hoy sigo sus pasos al caminar Y aquí tú y yo, solo quedamos los buenos, nadie nos enseña donde parar.


sábado, 11 de mayo de 2019

Luis García Montero, Dedicatoria

Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.


Luis Cernuda, He venido para ver.


He venido para ver semblantes
Amables como viejas escobas,
He venido para ver las sombras
Que desde lejos me sonríen.

He venido para ver los muros
En el suelo o en pie indistintamente,
He venido para ver las cosas,
Las cosas soñolientas por aquí.

He venido para ver los mares
Dormidos en cestillo italiano,
He venido para ver las puertas,
El trabajo, los tejados, las virtudes
De color amarillo ya caduco.

He venido para ver la muerte
Y su graciosa red de cazar mariposas,
He venido para esperarte
Con los brazos un tanto en el aire,
He venido no sé por qué;
Un día abrí los ojos: he venido.

Por ello quiero saludar sin insistencia
A tantas cosas más que amables:
Los amigos de color celeste,
Los días de color variable,
La libertad del color de mis ojos;

Los niñitos de seda tan clara,
Los entierros aburridos como piedras,
La seguridad, ese insecto
Que anida en los volantes de la luz.

Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo. 


martes, 7 de mayo de 2019

Luis García Montero, Las palabras rotas (extracto del libro que se publica el 9 de mayo)

infoLibre publica un extracto de Las palabras rotas, el último libro del escritor Luis García Montero, que publica la editorial Alfaguara el 9 de mayo. En este nuevo volumen, el poeta y director del Instituto Cervantes recoge artículos —algunos de ellos publicados en la columna semanal que mantiene en este periódico— y conferencias ligados por una temática común: la preocupación por la perversión del lenguaje y por la capacidad de las propias palabras y quienes la usan para revertirlo. "Para empezar a actuar", escribe, "en nuestra cocina o en la calle, debemos recuperar las palabras rotas por los poderes salvajes". 
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Verdad

Cualquier reflexión sobre el sentido de la poesía nos devuelve al famoso aforismo que estaba escrito en el templo de Delfos consagrado a Apolo: «Conócete a ti mismo». El ejercicio de conocimiento que supone la poesía es insepara­ble de un ejercicio de conciencia, un detenido interrogatorio sobre el yo, o sobre la mismidad, o sobre los procesos que nos constituyen como individuos.



Se trata de darse tiempo, de darse a uno mismo una opor­tunidad cuando parece que el conocimiento no puede dar más de sí. La emoción poética en la lectura y en la escritura permite vivir por un momento la armonía del mundo exte­rior (casi siempre hostil) y el mundo interior (casi siempre necesitado de salir de sí mismo para habitar la realidad). Nos emociona aquello que pone de acuerdo por unos instantes nuestra intimidad con las realidades que vivimos, ya sea en la alegría o en la tristeza. Las palabras adquieren así el valor de la tierra, de la lluvia recién caída, de la luz sobre la piel. Conseguimos vivirnos como verdad, ésa es la tarea del poema.

Pero si decidimos seguir por este camino, tenemos que ser muy precavidos con la palabra verdad. Está, y con razón, muy desacreditada porque todas las formas de poder han buscado legitimarse en la fundación de unas verdades que se han impuesto como valor natural, sentido común y di­námica de que la realidad debe ser así, es así y no puede ser de otra manera. El pensamiento contemporáneo se ha edificado como una sistemática y necesaria puesta en duda de la verdad. Marx, Freud, Nietzsche, el feminismo, el antico­lonialismo han necesitado abrir el mundo con sus sospechas de lo que se esconde en la moral y en la verdad. La confor­midad y la disidencia ante las verdades esenciales han de­ pendido mucho de los lugares ocupados en la jerarquía de la sociedad. La palabra poética enseña a dudar hasta de las cosas que merecen confianza, incluso de las cosas que
merecen ser tomadas por verdaderas, pero es que con mu­cha frecuencia se tiende a confundir los intereses del poder con la objetividad.

De manera que tenemos que ser prudentes con la palabra verdad y, si queremos rescatarla, debemos estar muy pre­cavidos. Poeta precavido vale por dos, es decir, poeta desdoblado en dos para tomar distancia de sí mismo en el esfuerzo de cumplir con Delfos: «Conócete a ti mismo».

Quien quiera acercarse a la palabra verdad no debe sentir­ se nunca en posesión de la verdad, sino procurar no mentirse, no acordar mentiras. Ya no basta sólo con oponerse a los dog­mas; resulta necesario cuestionar lo que respiramos como sentido común. Y para eso es importante dedicarse tiempo, un bien muy escaso y muy desacreditado en una época que naturaliza —y cada vez de forma más acelerada— que el tiem­po es una mercancía desechable. Hacerse dueño del tiempo requerido para preguntar y pensarnos, aprender a esperar al margen de los dogmas y los poderosos medios de control de las conciencias, es el primer requisito para volver a confiar
en la palabra verdad.

La verdad poética no es un dogma, ni una consigna, sino una experiencia pensada de vida. El pensamiento que no cree en verdades esenciales exige la honestidad de no asumir ninguna consigna por encima de la propia concien­cia. El poeta que se toma el tiempo necesario para elegir palabras, matices, perspectivas, toma en serio su propio yo, el deseo de hacerse dueño de su tiempo, su conocimiento y sus opiniones.

Es un acto de responsabilidad. Recordemos a Larra: «El corazón del hombre necesita creer en algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer». El desprestigio de la verdad, el fin de los relatos en el pensamiento neolibe­ral, no sólo alimenta el cinismo del todo vale, nada tiene importancia, nada se puede arreglar, sino también el domi­nio de las mentiras. El tiempo de la esperanza es proclive a las falsas promesas, pero la falta de esperanza nutre la mentira gobernante, como algo que no se puede cuestionar, y el cinismo que se desprende del ejercicio de su conciencia. Hay que mantenerse a resguardo de quien sospecha de la verdad sin ofrecer una alternativa de emancipación ante el poder. La crítica de lo que hay es muy limitada si no abre camino hacia otro horizonte. La verdad es también un compromiso ético de buscar la verdad. Una decisión: la verdad como búsqueda, la verdad como experiencia compartida con el otro, como proceso de descubrimiento y de respuesta, como voluntad de memoria de lo vivido. Ésta es la raíz de la escritura poética.

Imagino un paseo a la orilla del mar. El caminar solitario se siente hermanado con la naturaleza en el atardecer, el tiempo minucioso en el que los estados de ánimo se equilibran con el exterior. Los pasos tienen la lentitud de la conciencia que no quiere sentirse homologada.
 

El dogmatismo es la prisa de las ideas

Aquí junto a las dunas y los pinos,
mientras la tarde cae
en esta hora larga de belleza en el cielo
y hago mío sin prisa
el rojo libre de la luz,
pienso que soy el dueño del minuto que falta
para que el sol repose bajo el mar.

Ésa es mi razón, mi patrimonio,
después de tanta orilla
y de tanto horizonte,
ser el dueño del último minuto,
del minuto que falta para decir que sí,
para decir que no,
para llegar después al otro lado
de todo lo que afirmo y lo que niego.

Ésa es mi razón
contra las frases hechas y el mañana,
mientras la tarde cae por amor a la vida,
y nada es por supuesto ni absoluto,
y el agua que deshace los periódicos
arrastra las palabras como peces de plata,
como espuma de ola
que sube y se matiza
dentro del corazón.

Aquí junto a las dunas y los pinos,
capitán de los barcos que cruzan mi mirada,
prometo no olvidar las cosas que me importan.

Tiempo para ser dueño del minuto que falta.
Pido el tiempo que roban las consignas
porque la prisa va con pies de plomo
y no deja pensar,
oír el canto de los mirlos,
sentir la piel,
ese único dogma del abrazo,
mi única razón, mi patrimonio.